La identidad de una madre
La identidad de "madre" es hermosa, es un don del Señor, pero como mujeres debemos entender que aunque la maternidad es un rol en el que podemos encontrar mucho valor, sólo es una identidad ligada a esta vida. Hubo un tiempo antes de que fuéramos madres, y llegará un momento en que ya no lo seremos. Pero nuestra identidad como hijas de un Padre celestial es eterna. Esta identidad también tiene enormes implicaciones para la manera como ejercemos nuestra maternidad, a continuación te comparto cinco consejos que nos da Rebecca VanDoodewaard en su libro "Reformation Women", que nos ayudarán a fijar nuestra identidad en el lugar correcto:
El hecho de que seamos hijas significa que tenemos un Padre que nos comprende. La gente no siempre nos comprende, y esto es especialmente cierto si vivimos en una cultura diferente, no tenemos familia en la ciudad o simplemente estamos lidiando con cambios en nuestro cuerpo y la falta de sueño. El Señor nos comprende. Él sabe qué nos motiva, qué nos entristece, cuándo el bebé no duerme, cuándo nos preocupamos; conoce las cosas que nos agobian. Cuando nuestros esposos no nos comprenden, ¡cuando no nos comprendemos a nosotras mismas!, nuestro Padre sí.
El hecho de que seamos hijas significa que tenemos un Padre que nos escucha. Pasamos mucho tiempo escuchando a nuestros hijos, a veces nos cansamos: queremos una conversación adulta o simplemente un poco de paz y tranquilidad. Dios no es como nosotras. Él nunca se cansa de que sus hijas acudan a él en oración con nuestras necesidades, inseguridades y miedos, así como con nuestras alegrías y agradecimientos. Incluso cuando divagamos, repetimos y no decimos lo correcto, él nos escucha. Sea lo que sea, grande o pequeño, podemos llevarlo al Señor en oración, como él nos ha dicho.
El hecho de que seamos hijas significa que tenemos un Padre con respuestas. Nuestros hijos nos hacen muchas preguntas, estas preguntas pueden ser divertidas, frustrantes o difíciles. No siempre tenemos las respuestas. Y como madres, tenemos nuestras propias preguntas: "¿Cómo puedo orar por estos niños?", "¿Cómo debemos educarlos?" y "¿Qué disciplina es bíblica?". Nuestro Padre nos ha dado su Palabra y su Espíritu, así como su iglesia, y podemos ser madres de nuestros hijos sabiendo que, cuando tenemos preguntas, nuestro Padre tiene las respuestas.
El hecho de que seamos hijas significa que tenemos un Padre a quien rendir cuentas. A veces, olvido que mis hijos no son mis hijos primero, y empiezo a comportarme como si fuera la máxima autoridad. Pero mis hijos son del Señor. Mis hijos me son prestados, y responderé por cómo los enseño, los disciplino, los guío y los amo. Para los niños, los adultos parecen poderosos y en control. Pero somos seres dependientes, y ciertamente no controlamos lo que nos rodea. Puede que estemos a cargo de algunas cosas, pero solo somos administradores. Habrá una evaluación de lo que hemos hecho con los hijos de nuestro Padre.
El hecho de que seamos hijas significa que tenemos un Padre que nos llevará en brazos. La crianza nos lleva rápidamente a nuestros límites. Como pocas cosas, la maternidad nos hace humildes. Nos muestra nuestros pecados (¡al menos algunos!). Expone nuestras propias debilidades. Nuestras faltas se hacen evidentes. La Paternidad de Dios no tiene nada de eso. Es pura fortaleza, mostrada como ternura hacia sus hijos. Él ha prometido: "Salva a tu pueblo y bendice tu heredad; sé su pastor y los sustentará para siempre" (Salmo 28:9). "Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo recogerá los corderos; en su seno los llevará, y pastoreará con suavidad a las recién paridas" (Is. 40:11).
Ahora te quiero invitar a que durante el mes de junio tomes unos cuantos minutos cada día para meditar en cómo puedes reflejar tu identidad en Cristo en cada una de las áreas de tu vida. ¿Te unes?
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Con cariño,
Marleny